Ustedes me preguntan: si Dios es compasivo y amoroso, ¿por qué debe existir el sufrimiento? Esta es una pregunta que muchas personas han hecho durante siglos. Y las respuestas que los grandes seres han dado a través de los años parecen sugerir que el sufrimiento es necesario. Y que sólo por medio del sufrimiento podemos llegar a aquel lugar en el que el sufrimiento no existe más. Por supuesto, gran parte de nuestro sufrimiento lo creamos nosotros mismos. Nos lo producimos nosotros mismos, y gran parte de él puede evitarse, pero sufriremos mientras estemos en un cuerpo humano; esto es el cuerpo humano, un vehículo de sufrimiento.
No importa lo que yo les diga, no los satisfará. Serán solamente palabras hasta que ustedes experimenten por sí mismos que todo esto es ilusión, y que ustedes son realmente conocimiento, poder y gozo infinitos. No importa cuánto le digan a un hombre que él está soñando, no podrá creerles a menos que, y hasta que, despierte. Es por esta razón que Baba dice que no ha venido a enseñarnos nada; ¿qué se le puede enseñar sobre el mundo real a un hombre que está soñando? Él ha venido para despertarnos. Y él nos asegura, con su divina autoridad, que cuando despertemos, todo nuestro sufrimiento será como si nunca hubiera existido.
Una vez alguien le preguntó a Baba si ya que él podía darnos la Realización a todos en un instante, y esta era nuestra meta final, por qué no lo hacía. Baba le contestó hablando sobre las montañas y sobre lo bellos que son los Himalayas.
–¿Los has visto? –le preguntó Baba.
–Sí Baba, son realmente hermosos –contestó el hombre.
–¿Y qué ocurre si, después de verlos, ansiaras trepar por esas montañas y escalarlas personalmente? ¿Y te pusieras en marcha, transpiraras, trabajaras arduamente y finalmente lo lograras, las vencieras y, por último, descansaras en la cima propiamente dicha. ¿Cómo te sentirías?
–¡Exultante Baba, exaltado!
–¿No te parecería que valió la pena todo el esfuerzo dedicado a escalar esas cumbres?
–Sí, Baba, absolutamente.
–Pero ahora –le preguntó Baba–, qué ocurriría si en lugar de escalar personalmente la montaña, subieras a un helicóptero, te llevarán hasta la cima en un santiamén, treparas hasta ella y tuvieras la misma vista. ¿Sentirías lo mismo?
–No, Baba, no habría una sensación de triunfo ni existiría ese regocijo.
Baba asintió:
–Es por esa razón que no te llevo simplemente hasta la cima de la Realización; no tendrías el mismo aprecio y satisfacción que si esa cumbre la escalaras tú mismo.
Eso fue lo que Baba le dijo a alguien que se lo preguntó, pero sea como fuere, no quiero meterme en una larga discusión filosófica sobre el sufrimiento; lo único que quiero contarles es una anécdota sobre el sufrimiento de una persona en particular y, si les sirve de ayuda, si creen que contesta algunas preguntas sobre todo el sufrimiento, ¡excelente! En caso contrario, ignórenlo y pasaremos a otra cosa.
La anécdota que quiero contarles se relaciona con un programa de sahavas que Baba estaba dando en Meherabad. Creo que este fue, probablemente, el programa de sahavas de 1955, pero no estoy seguro. No importa. Pero, por lo que recuerdo, fue un programa largo. Yo solía conducir a Baba hasta Meherabad por la mañana, y al caer la tarde lo llevaba de vuelta a Meherazad, y allí él pasaba la noche. El programa siguió durante días, de modo que cada día lo llevaba a Baba hasta Meherabad y él pasaba el tiempo con sus amantes que se habían reunido ahí.
Ahora bien, además de todos sus amantes, también había muchos obreros que se encargaban totalmente de las muchas cosas que había que hacer para posibilitar una reunión tan grande. Pendu solía estar a cargo de estas reuniones, pero tenía gente a sus órdenes para atender todo. Y en este sahavas en particular, Pendu había tomado a su servicio a los chicos de la aldea para que se encargaran de llevarle a Baba sus comidas todos los días. El chico era el mismo del que les conté que acostumbraba a llevarle a Baba su crema todas las mañanas.
Era un chico del lugar, y aunque estaba trabajando con Pendu, también amaba a Baba y hacía todo lo que podía para complacerlo. El primer día que llegamos, le trajo a Baba una bandeja con un poco de té y unas tostadas. No recuerdo exactamente qué era, pero llevaba en su bandeja unas pocas cosas para Baba, y Baba las aceptó muy cortésmente, miró al niño con afecto, y eso fue todo.
Pero después de eso noté que cada vez que el chico venía, Baba encontraba siempre que algo estaba mal. El té se había derramado de la taza sobre el platito, la taza no estaba limpia y la comida estaba fría. Todas las veces había algo que estaba mal. Y Baba no sólo señalaba esto cortésmente sino que reprendía al chico. Lo reprendía con firmeza y le hacía sentir que había sido negligente en el cumplimiento de su deber.
Sin embargo, según mi criterio, que veía todo esto como un observador, yo pensaba que el chico en realidad estaba haciendo todo lo mejor que podía. No me parecía que el chico fuera negligente. Me impresionaba lo concienzudo que parecía. Y cómo se esforzaba en tratar de hacerlo todo perfectamente para complacer a Baba. Pero todos los días Baba encontraba un defecto en lo que el chico hacía, y lo hacía llorar todos los días. Todos los días el chico juraba que lo haría mejor, pero al día siguiente Baba volvía a encontrar algo que estaba mal y lo criticaba:
–¿Qué estás haciendo? ¿No tienes cuidado para nada? ¿No eres capaz de ver que la taza está rajada y que es necesario lavarla? ¿Alguien tiene que mostrarte cómo hacer las cosas? ¿No puedes poner en tu trabajo un poco de tu corazón? –Esto proseguía sin cesar, el chico lloraba, y yo me compadecía de él pero no podía hacer nada. Y si Baba se dirigía a mí y me preguntaba–: ¿Esto no es un escándalo? ¿Alguna vez has visto un servicio así de espantoso? –Yo sacudía la cabeza y estaba de acuerdo con Baba. Pero después, cuando estábamos solos, yo le decía a Baba:
–Pero Baba, me parece que él se esfuerza mucho.
Y Baba replicaba:
–Yo sé lo que estoy haciendo, cállate.
¿Y yo qué podía decir? En cualquier momento que decía algo, Baba replicaba: “Sé lo que estoy haciendo”. Bueno, para hacerla corta, el sahavas programado llegó a su fin. Y Baba iría por última vez a Meherabad para pasar el tiempo con los obreros. Esa era su costumbre. Después de cada programa grande, Baba disponía de un tiempo para pasarlo con los obreros que se habían perdido la oportunidad de estar en compañía de Baba durante los programas. Esa mañana, mientras nos preparábamos para ir, Baba me preguntó:
–¿Cómo estuvo el programa de sahavas?
–Estuvo bien, Baba –le dije.
–¿Crees que mis amantes están felices?
–Sí, Baba, les diste tanto que creo que todos tus amantes están felices, con excepción de uno.
Vean que nosotros no podíamos salirle con expresiones como: “Baba, ¿por qué estás haciendo esto?” o “No creo que debas hacer eso, Baba”. Hacer estos comentarios no era de nuestra incumbencia en nuestra condición de esclavos. Pero teníamos corazón, aunque muy a menudo teníamos que actuar como si no lo tuviéramos, y nos compadecíamos de la gente. Cuando se presentaba la oportunidad y se nos daba un pequeño margen para ello, entonces, de manera natural, de vez en cuando éramos un poco punzantes para desahogarnos. De modo que cuando Baba me preguntó si yo creía que él había hecho felices a todos, le dije:
–Sí, Baba, a todos, pero no hiciste feliz a uno de tus amantes.
Baba me miró sorprendido:
–Oh, ¿quién es?
–Baba, hiciste felices a todos, pero hiciste muy desdichado al chico de la aldea que te estuvo sirviendo todos los días.
Baba me miró con tristeza y me dijo con gestos:
–Él me ama de verdad.
–Sí, Baba, eso es lo que sentí –le dije–, y por eso no pude entender por qué, cuando les estabas dando tu amor a todos los que vinieron, tú parecías salirte de tus modos y hacer desdichado a este amante en particular. Todos los días hiciste felices a centenares de tus amantes, pero a este todos los días lo hiciste llorar.
Baba sacudió la cabeza:
–Lo que dices es una verdad a medias. Todos los días di mi amor a mis amantes que han venido a estar conmigo, pero todos los días también le he dado mi amor a este chico. ¿Pero cuál es mi regalo de amor? Consiste en sembrar en tu corazón amor hacia mí. Cuando alguien me ama es porque le he dado ese amor. Ese chico ya había recibido el regalo de mi amor, y me amaba. ¿Pero qué habría sucedido si yo me hubiera alegrado todos los días con el servicio que él me prestaba? Él habría sido feliz, pero habría sido complaciente en su amor hacia mí. No habría tenido todos los días las mismas ganas de esforzarse mucho. Sí, lo hice llorar, pero lo hice llorar con el fin de acrecentar su amor, preocupación e interés por mí. Ese era el regalo que le estaba dando.
Y ese día, cuando fuimos a Meherabad, delante de todos los obreros de ahí, Baba llamó al chico para que se acercara, lo abrazó y le dijo cuán satisfecho había estado con el servicio prestado.