Baba habla una y otra vez sobre el servicio desinteresado, sobre servir a los demás y sobre hacerlos felices a costa de la propia felicidad. Pero no es fácil ayudar a los demás. Hay que saber cómo ayudarlos.
Quienes vienen aquí, a la India, ven muchos mendigos. Esto origina en sus mentes preguntas de toda clase: “¿Debemos darle dinero a estas personas? ¿Debemos tratar de ayudarlas de alguna manera?”, etcétera. Claro que sí, den si se sienten impulsados a hacerlo, pero en primer lugar deben saber cómo han de dar. Es mejor dar que recibir, pero deben saber cómo dar. No es cuestión de meter la mano en el bolsillo, sacar un poco de dinero y dárselo a un mendigo.
Digamos que ustedes hacen eso, y que el mendigo tiene esposa e hijos. Recibe el dinero, lo gasta en bebidas, y después se va a su casa y golpea a su familia. ¿A quién ayudaron ustedes dándole el dinero? Tal vez han ayudado para tranquilizar su propia conciencia, pero no más que eso. Realmente no han ayudado en absoluto.
Esa es una razón por la que Meher Baba era siempre muy exigente cuando nos enviaba a buscar pobres, y nos esmerábamos en cerciorarnos si las personas con las que estábamos tomando contacto eran verdaderamente pobres. No podíamos limitarnos a llevarnos a cualquier pobre de la calle. Y habitualmente los que más ayuda necesitaban eran los que más se avergonzaban de pedirla.
Ahora mismo, si sentimos el impulso de tratar de ayudar personalmente a alguien, sabemos que Baba querría que nos aseguráramos de que nuestra ayuda la diéramos de una manera inteligente: que no solamente diéramos dinero, sino que también tratáramos de que la ayuda la diéramos de manera que ayude de verdad. Pero, por supuesto, el problema es más profundo que esto. ¿Qué queremos decir con ayuda? ¿Quiénes somos para ayudar a alguien? A decir verdad, no podemos ayudar a alguien a menos que, y hasta que, nosotros mismos seamos perfectos. Solamente entonces podremos ser de verdadera ayuda para los demás. Todo lo demás, a falta de aquello, es mera compasión de labios para afuera. Ni siquiera podemos ayudar a que un cuervo reciba un bocado. Hablar de ayudar es vanidad. En el momento en que creemos que ayudamos, no lo hemos hecho.
¿Y esto por qué? Porque si pensamos que estamos ayudando a otro, entonces nuestra actitud nos ata a esa persona. Supongan que están viajando hacia Ahmednagar y un mendigo los llama. Ustedes ven su débil aspecto, sacan dinero y se lo dan. Entonces se consideran satisfechos y, mientras viajan, piensan: “Le di dinero. Será de ayuda para él. ¡Qué bueno que fui de alguna ayuda para ese hombre!”.
Pero fijémonos en esto un momento. ¿A quién ayudaron ustedes? Seguramente no se han ayudado a ustedes mismos porque pensar en ayudar a otro sólo les crea una atadura. El ego se enorgullece de haber “ayudado”, y esto sólo refuerza la ilusión de la separación. Si ustedes están atados con una cadena de hierro o con una cadena de oro, todavía están atados.
Tampoco han ayudado al mendigo. Porque cuando ustedes dan por una motivación de cualquier índole o siendo de cualquier manera conscientes de “Yo estoy ayudando”, a la otra persona la hacen sentir automáticamente en deuda con ustedes. No importa que le digan algo o no, se trata de algo más sutil que eso, pero donde está presente el ego de ustedes, el ego de la otra persona reaccionará ante él, y el resultado serán nuevos sanskaras que los atarán. Esta es una razón de por qué quienes reciben una caridad detestan muy a menudo a los que se la dan; inconscientemente saben que les está imponiendo una deuda cuando aceptan esa caridad.
Solamente cuando, al servir a otros, sienten que se están ayudando a ustedes mismos, puede decirse que están empezando a ser de “ayuda” para aquéllos. Ustedes podrán ayudar verdaderamente sólo cuando puedan dar con la mano derecha de manera tal que su mano izquierda no lo sepa. Deberán olvidar totalmente lo que han dado. ¿Recuerdan lo que Baba dice sobre el “Verdadero Regalo”? Lean el comienzo del “Verdadero Regalo” en Life at its Best (Lo mejor de la vida) ¿Qué dice?
“Si un regalo es verdadero, entonces tanto quien da como quien recibe el regalo deberán olvidar por completo esa transacción. Olvidar por completo significaría que quien da no ha de pensar que ha dado, y quien recibe no ha de saber que ha recibido. Si quien da no olvida, entonces ha comprometido a quien recibe, y si quien recibe no olvida, experimenta una sensación de estar en deuda con quien le dio.”
Cuando Baba dice que las cosas que son verdaderas se dan y reciben en silencio, parte de lo que él está sugiriendo es el silencio que implica un olvido total. ¿Pero esto significa que deberíamos olvidarnos de ayudar a los demás? De ninguna manera. ¿Pero cómo hemos de ayudar a los demás? Cuando vean que alguien está sufriendo y se conduelan sinceramente y sienten mucha compasión, entonces la genuina empatía de ustedes y el hecho de que sientan el sufrimiento de esa persona son una ayuda por sí sola. Esto lo dijo Baba: que nuestro propio impulso de ayudar y hacer algo para aliviar el sufrimiento es, concretamente, una ayuda en el plano espiritual.
Esto no significa que no podamos tratar de ayudar en el plano material, pero debemos saber cómo ayudar para poder ocuparnos de eso correctamente. Pero cuando consideramos lo que Baba dice sobre dar ayuda, comprendemos que estamos imposibilitados de dar como él quiere que nosotros demos. Y esto solamente intensifica nuestra empatía con los que sufren porque nosotros también nos sentimos imposibilitados ante esta situación, y este sentimiento es de ayuda para aquéllos.
Pero hasta que seamos perfectos, la única manera real de ayudar al otro con medios materiales consiste en dar en el nombre del Señor. Esta es la avenida que se abre para nosotros, pues cuando demos en Su nombre y más Lo recordemos, más nos olvidaremos de nosotros mismos y de que hemos dado algo. Si ustedes pueden hacer esto, entonces sigan haciéndolo por todos los medios, y la vida de ustedes será un beneficio perpetuo para los demás. Pero fíjense en lo que les recalco: ustedes no se concentran más en “ayudar” a los otros sino que, al servirlos, están ayudando a recordar al Señor y a olvidarse de ustedes mismos. Y cuando nos olvidamos por completo de nuestro ego, descubrimos que nuestro Ser es Dios, y entonces somos capaces de prestar verdaderamente ayuda a toda la humanidad.
Esto me recuerda una historia que Sam Kerawala contó hace poco, la cual merece ser contada otra vez. Parece que, tras la batalla de Kurukshetra, los cinco hermanos pandavas ofrendaron un gran sacrificio e hicieron muy grandes regalos a los pobres. Todas las personas expresaron su asombro ante la grandeza y riqueza del sacrificio, y dijeron que el mundo nunca había visto un sacrificio como ése.
Después de la ceremonia apareció una mangosta. La mitad de su cuerpo era dorada y la otra marrón, y empezó a rodar por el piso del recinto de los sacrificios; luego les dijo a quienes estaban cerca:
–Todos ustedes son mentirosos; esto no fue un sacrificio.
–¿Qué dices? –exclamaron–. ¡Dices que esto no fue un sacrificio! ¿Sabes cuánto dinero y cuántas joyas fueron derramados a los pobres? Todos se volvieron ricos y felices. Este fue el sacrificio más maravilloso que ningún hombre haya realizado jamás.
Pero la mangosta les dijo:
–Había una vez una pequeña aldea en la que vivía un pobre brahmín con su esposa, su hijo y la esposa de su hijo. Eran muy pobres y vivían de los pequeños regalos que les hacían por predicar y enseñar. En esa región sobrevino una hambruna que duró tres años, y el pobre brahmín sufrió más que nunca. Al final, cuando la familia había pasado hambre durante días, una mañana el padre trajo a su casa un poco de harina de cebada que por fortuna había conseguido. La dividió en cuatro partes, una para cada miembro de la familia. Prepararon con ella su comida y golpearon la puerta cuando estaban a punto de comer.
«El padre abrió la puerta y allí estaba parado un visitante. Ahora bien, un visitante es una persona sagrada en la India: mientras esté allí es como un dios y se lo debe tratar como tal. Entonces el pobre brahmín le dijo:
«–Señor, entra, eres bienvenido. –Puso delante del visitante su propia porción de comida, que el visitante comió rápidamente. Pero en lugar de darle las gracias, el visitante le dijo:
«–Oh señor, me mataste. He estado pasando hambre durante diez días, y este bocado sólo ha hecho que yo tenga más hambre.
“Entonces la esposa le dijo al marido:
«–Dale mi parte.
«Pero el marido le dijo:
«–No.
“Sin embargo la esposa insistió:
«–He aquí un hombre pobre. Nuestro deber como anfitriones es encargarnos de darle de comer, y mi deber como esposa es compartir contigo mis obligaciones. Tú no tienes nada más para ofrecerle, de modo que ahora yo tengo el deber de darle mi porción. –Y diciendo esto le dio al visitante su parte, y él la devoró rápidamente.
«–Todavía me estoy muriendo de hambre –se quejó el visitante después de comer la porción de la señora, y entonces el hijo le dijo:
«–Toma también mi porción. Un hijo tiene el deber de ayudar a su padre a cumplir sus obligaciones. –El visitante comió también la porción del hijo, pero aún no quedó satisfecho. Entonces la esposa del hijo ofreció su parte, y el visitante también la comió y, al final, quedó satisfecho. El visitante abandonó la casa bendiciendo a la familia.
«Esa noche los cuatro de la familia murieron de hambre. Habían caído al piso unas pocas partículas de harina de cebada, y cuando hice rodar mi cuerpo sobre ellas, la mitad se tornó dorada, como ustedes pueden ver. Desde ese momento he estado viajando por todo el mundo con la esperanza de hallar otro sacrificio como aquél, sin embargo no encontré ninguno en ninguna parte. La otra mitad de mi cuerpo no se convirtió en oro en ningún otro lugar. Es por esta razón que yo les digo que éste no fue un sacrificio.»