Fundación para las Artes
amigos del Amigo
Avatar Meher Baba

La Plata, Buenos Aires, Argentina

La Fundación para las Artes Amigos del Amigo Avatar Meher Baba es una entidad civil sin fines de lucro nacida en la ciudad de La Plata, cuyo objetivo es fomentar el desarrollo de las artes. 

Cualquier actividad que exprese belleza puede ser considerada un arte. La Fundación se presenta como un espacio abierto a cualquier persona ávida de expresar la belleza que existe en cada uno. 

En el preciso instante en que nos convertimos en seres humanos nos convertimos también en excelsos artistas inspirados. Cada ser humano, al alcanzar dicha condición, recibe todo el instrumental necesario para hacer de cada actividad que emprenda, una obra de arte.

No obstante, necesitamos vivir un sinfín de vidas bajo la forma humana para descubrir ese potencial latente. Cuando obtenemos la forma humana, aparecen innumerables factores atractivos y distractivos que hacen que olvidemos nuestra condición de artistas y nos volvamos mendigos de la felicidad. Buscamos fuera de nosotros, en el trabajo, en los amigos, en las posesiones, aquello que nos reportará la felicidad.  Cuando en realidad, la felicidad siempre ha estado a nuestro alcance, desde el preciso instante en que nos convertimos en mujeres y hombres. Podemos buscar la manera de captar esa felicidad.  

La Fundación para las Artes tiene como propósito favorecer que cualquier persona que se acerque a ella pueda reencontrarse con su talento olvidado y logre ponerlo en práctica para que cada actividad que desarrolle en su vida se convierta en una verdadera obra de arte. 

Las actividades que tradicionalmente han sido consideradas artísticas no son los únicos vehículos válidos de expresión del arte. Bien puede suceder que la realización de una simple tarea (lavar la ropa, trabajar la tierra, tejer) exprese arte merced a la actitud de sincera entrega y olvido de quien la ejecuta. 

El arte del que aquí se habla es un arte antiguo, que existe y ha existido siempre. Ocurre que habitualmente no podemos acceder a él porque estamos demasiado entretenidos persiguiendo objetivos que una vez alcanzados no nos reportan la felicidad anhelada.  

Cultivar el olvido de uno mismo es una condición que favorece la expresión de este arte. El olvido de uno mismo no supone abandonar las actividades y responsabilidades cotidianas. La familia, el trabajo, los negocios, las relaciones sociales, las actividades en el mundo, nada de eso es por definición incompatible con este olvido. 

No es sencillo buscar esa clase de olvido pues todos tenemos en nuestra vida la pretensión de ser originales. Queremos trascender y destacarnos a cualquier precio. Hemos hecho tantos esfuerzos por alcanzar la individualidad que una vez lograda queremos experimentarla y conservarla.  

Cuando adquirimos la forma humana nos volvemos conscientes de nuestra existencia como individuos, ahora queremos usar la libertad derivada de esa condición y vivirla. Vamos conformando con los años un personaje con el que nos identificamos. Así llega el día en que podemos decir: “Yo soy”. Yo soy el mejor deportista. Yo soy la más inteligente. Yo soy el más desdichado. Yo soy el más generoso. Yo soy la más pobre. Yo soy… 

Construimos lo que somos a partir de las diferencias que establecemos con aquellos otros que también participan del mismo juego. Así, somos miles de millones poblando esta tierra creyéndonos únicos y originales. Lo somos. Pero no necesariamente debido a esa suma de artificios y gestos del personaje que hemos construido. 

Tarde o temprano, este juego se vuelve insuficiente y tedioso.  Nuestra capacidad para lidiar con los vaivenes de la existencia es harto limitada. Inexorablemente en algún punto de nuestras vidas, esa capacidad se ve primero colmada y luego desbordada. 

Vanos se tornan nuestros esfuerzos por distraernos, por aferrarnos a las seguridades de lo conocido, por culpar a otros de lo que nos sucede.  Pasamos la vida persiguiendo distintos objetivos con la esperanza de encontrar en ellos la ansiada felicidad; lo cierto es que nada de ello logra aligerar el peso de la existencia.  

Ese peso del que escapamos con esmero nos acecha. En ocasiones somos más conscientes de su inquietante presencia, en otras nuestros esfuerzos por olvidarla parecen prosperar. Inevitablemente las exigencias diarias rompen con el aparente equilibrio que hemos fabricado.

A menudo es esa una oportunidad para buscar un nuevo equilibrio que no esté basado en los siempre cambiantes factores externos.  

A todos nos llega un momento de inspiración en el que decidimos aprovechar esa oportunidad y emprender una búsqueda para moldearnos en ese artista que siempre hemos sido.  

El desafío que hemos de enfrentar al emprender esa búsqueda interna, consiste en cultivar el arte del olvido. El artista ha de trabajar sobre sí mismo y no dar pinceladas tratando de modificar a los demás. 

Cuando un hombre ha trabajado sobre sí mismo lo suficiente como para recordar su olvidada condición de artista, se encuentra en condiciones de expresar ese arte en cualquier actividad que lleve a cabo. 

En ese momento, nada existe para él fuera de la obra y de su correcta ejecución. Ni la mirada de los otros, ni las convenciones en torno a la belleza, ni los prejuicios acerca de lo que debe ser considerado artístico y lo que no; nada es capaz de interferir en ese momento de comunión entre el artista y su actividad. El artista, al sumergirse por completo en su actividad, se olvida aún más de sí mismo. Cuando asistimos como espectadores a esa expresión de arte, podemos percibir un eco del olvido que el artista alcanzó. Quizás no sepamos qué es exactamente aquello que nos atrae de la obra. Pero vislumbraremos que en ella hay algo más. No lo podremos poner en palabras, pero lo percibiremos como una suerte de perfume inspirador.  

En ese perfume se pueden distinguir algunos vestigios del trabajo que el artista ha hecho sobre sí mismo. Una muestra de su osadía y determinación al emprender la senda. 

Atreverse a transformar cada actividad en arte es una opción al alcance de todos. Cada quien ha de encontrar su propio modo de expresar arte, en esa búsqueda no existen mapas ni reglas. Ello nos fuerza a ser osados y creativos. 

La Fundación para las Artes concede un espacio en el cual, quienes elijan desarrollar una búsqueda con dirección a ese nuevo arte, puedan encontrar un entorno acorde. 

La Fundación para las Artes no proporciona un conjunto de reglas a seguir para alcanzar la expresión del verdadero arte pues se entiende que el camino a transitar en pos de ese objetivo es único y personal.  

Es por ello que la Fundación, como marco de expresión de esa búsqueda personal, se encuentra abierta a las iniciativas que puedan surgir de la creatividad e inspiración de quienes quieran participar de ella. 

Cada individuo tiene ante sí un espectro ilimitado de opciones artísticas y tiene la facultad de ejercerlas todas. No es un sueño, esa posibilidad está realmente al alcance de cada uno.

Para tomarla no es necesario contar con una determinada capacidad, aptitud, conocimiento o inclinación, pues cada individuo tiene las herramientas necesarias para estar a la altura de este nuevo emprendimiento. 

Se dice que aquellos que practican el olvido de sí mismos, se vuelven ellos mismos una perfecta obra de arte. Lo asombroso de esto es que al olvidarse de sí mismos terminan por encontrar su verdadero yo.  Nos olvidamos de nuestro talento como artistas y nos creímos meros mortales. Ahora tenemos que olvidar que somos meros mortales, y recordar este antiguo arte.